Yo no sé, pero creo que el Comediante tenía razón: es todo una gran broma. Es una bomba. Hoy me acordé de Kafka a la mañana. Me metí por pasillos con el revoque desprendiéndose para intentar inscribirme para dar clases para ganar un sueldo (miserable pero sueldo al fin y no me quejo porque me enseñaron a no quejarme agachar la cabeza y a seguir trabajando --¡viva la Italia!-- porque los que se quejan son nenas, vagos, a golpes se hacen los hombres me decían mis abuelos, ¿no?) para ver si algún día de algún día puedo ir a vivir solo o con algún amigo para empezar algún tipo de vida para ser para ser feliz o cerca (cualquier micro me deja bien... qué suerte que la felicidad esté tan bien ubicada). Y el delirio ya no es delirio: va teniendo demasiado sentido, y me aburre... ¡Más que eso!: me revuelve el estómago. Pero quemé naves en el puerto de la insanidad, de modo que la cordura no es opción para mí. No. Tampoco me interesa.
Mintamos. Una y otra vez. Alguien nos creerá, seguro.
Ya me voy a ir, porque no sé más cómo decir que no quiero decir nada más, excepto que quiero narrar la totalidad de las grabaciones de mi alma.
El mismo nombre resuena esta noche.
